Por David Cano
( Scout-Bomber-Douglas
, aunque sus pilotos preferían Slow But Deadly )
SDB Dauntless
Relato
del teniente comandante Bob Dixon, quien dirigía los bombarderos exploradores
en el ataque a la isla de Misima (7 de mayo de 1942), durante la Batalla del
Mar del Coral:
“Nuestros aviones iban
armados con una bomba de 227 Kg y dos de 45 Kg, pues habían sido equipados con
la carga máxima para los bombarderos destinados a la exploración de los
alrededores. Llegamos a 3.600 metros de altura. En el aire había patrullas de
cazas enemigos, pero apenas nos alcanzaron cuando salimos de nuestros picados
verticales.
Para ser realmente eficaces
contra los bombarderos en picado, los cazas deben alcanzarlos antes que lleguen
al punto en que salen de la caída. Por lo general los cazas no pueden seguirnos
en el picado, porque con nuestros frenos de aire mantenemos nuestra velocidad
en unos 380-400 Km./h. Los cazas, más aerodinámicos, nos pasan de largo y
aceleran hacia los 640 Km./h.
Pero esos japoneses no se
rendían. Llevaban Zeros, lo cual significaba que eran aviones bien acabados.
Pero los pilotos bajaban alerones, tren de aterrizaje, e hicieron todo lo
posible para mantener baja su velocidad. Sin embargo nos pasaban de largo. Pero
eso tampoco los desanimó.
Subían, hacían una
chandelle y regresaban para disparar a los aviones siguientes que pasaban en su
picado, y en general nos siguieron hasta el agua. El resultado fue una tremenda
batalla campal”.
“En ese mismo ataque, el
avión pilotado por el alférez J. A. Leppla, fue uno de los atacados por los
Zeros casi en cuanto su picado entró en la vertical. Su artillero de cola, John
Liska, mirando hacia atrás y disparando con sus ametralladoras gemelas de
calibre '30, enfrentó ese ataque particularmente persistente. En un duelo con
dos de los Zeros que alcanzaron con rapidez al explorador y dispararon sus
armas a bocajarro, Liska obtuvo blancos que hicieron que las llamas estallaran
en los tanques de combustible de los atacantes. Los dos Zeros se estrellaron en
el mar.
También el alférez Leppla
estuvo atareado durante su picado. Vio que un Zero pasaba de largo y disparaba
contra otro explorador. Leppla salió apenas de su picado, puso al Zero en sus
miras y lo derribó a su vez.
Para entonces el
portaaviones al que atacaba estaba en pleno viraje, y además Leppla había sido
distraído. Lo mejor que pudo hacer con su bomba de 227 kg fue dejarla caer
cerca del barco, errándole por poco. Pero eso no lo satisfizo. Se alejó, subió
hasta 1.200 metros lo más rápido que le permitió su recalentado motor y
bombardeó en picado uno de los cruceros de escolta, con sus dos bombas de 45
kg., acertándole en la popa con una de ellas”.
Durante
esa misma batalla, al día siguiente, el alférez Smith transmitió por radio que
había establecido contacto con la flota enemiga. Pero al rato no hubo más
noticias del alférez, y el comandante Dixon, que volaba en el segmento de
exploración contiguo al de Smith, decidió echar una ojeada por su cuenta. De
pronto los vio deslizarse por un claro y aclaró los informes anteriores,
corrigiendo la posición. Continuó con el enemigo a la vista enviando señales
continuamente, en la esperanza de que nuestras escuadrillas se dirigieran ya
hacia allí, pero nunca supo que todavía se encontraban en cubierta y sin ser
preparadas.
Esto
ponía a Dixon en un aprieto. Solo, sin apoyo de ninguna clase, fue descubierto
muy pronto; decenas de Zeros estaban en el aire y comenzaron a hacerle fintas.
Eludió el combate todo lo que pudo refugiándose en las nubes. Su tarea
consistía en mantenerse vivo y apegarse a la flota japonesa. Lo hizo de manera
soberbia durante dos horas y cincuenta minutos. Por último tuvo que emprender
el regreso, pues su combustible escaseaba y debía aún volar 200 millas. Esa
vigilancia fue una de las labores más heroicas realizadas durante la guerra.
El
avión en el que volaba Dixon era un explorador-bombardero Douglas SBD… un buen
aparato, pero, decididamente, no un caza. Según la armada, pesa cerca de 3.500
kg, tiene una envergadura de 12,50 metros, una velocidad máxima de 415 km/h y
una de crucero de 335. Contra él, los japoneses utilizaban sus tan elogiados
Zeros, cuya velocidad máxima es de 530 km/h y está armado con dos cañones de 20
mm y dos ametralladoras ligeras. Además es uno de los cazas con mayor capacidad
de maniobra del mundo; habrían podido derribar el avión de Dixon sin problemas,
pero se las arregló para mantenerse en el aire, como comenta aquí:
“Nos metimos en las nubes y
salimos de ellas. Cuando nos perseguían no llevaban el ataque a fondo, como si
quisieran jugar, en el intento de que mi artillero gastara sus cintas de
municiones, para acercarse cuando volviera a cargar.
Pero mi artillero se negó a
seguir el juego, y contuvo el fuego hasta que los tuvo a su alcance, entonces
hacía un viraje cerrado y me ponía a tiro, pero permitía a mi artillero
dispararles con mayor precisión”.
Una
de las acciones más decididas y valientes de toda la batalla la realizó el
teniente John J. Powers, uno de los pilotos de bombarderos en picado del portaaviones
II . Él había dicho a sus camaradas que pondría su enorme bomba en
un barco japonés “suceda lo que sucediere”. El picado de Powers fue observado
por varios otros pilotos, quienes recordaron su juramento:
“mantuvo el picado hasta
los 150 metros y soltó su bomba (…) no cabe duda de que sabía lo que hacía;
sabía que si uno está por debajo de los 210 metros en su recuperación, la
explosión de una bomba de 454 Kg lo destroza a uno con seguridad.
Para mantenerse por encima
de esos 210 metros, hay que soltar la bomba no más debajo de los 300. Se aferró
a sus 150, y tal vez estuviera por debajo de los 90 cuando llegó el estallido.
Había decidido no errar; que Dios lo bendiga”.
Comentario
del comandante John Smith Thach sobre uno de los exploradores SBD-2 del
portaaviones Lexington, durante la mañana del 20 de febrero de 1942:
“Apenas acabábamos de
derribar uno de los hidroaviones de reconocimiento Kawanishi de enormes
dimensiones cuando los exploradores SBD dijeron que había otro arriba.
Ascendimos de nuevo a toda prisa, y lo buscábamos cuando el control de radio
del Lex nos dijo que ese ya había sido eliminado. Lo derribó uno de esos
pequeños exploradores Douglas. Esta es una buena anécdota; el explorador era
dos o tres kilómetros hora más veloz que el japonés, que podía volar a más de
200 nudos (360 km/h). Nuestro piloto persiguió al japonés, pero su avión de
exploración perdía mucha velocidad al ascender al nivel del enemigo. De modo
que voló por debajo del Kawanishi y se acercó a él, poco a poco, todo lo que
pudo.
La tripulación del
hidroavión abrió la escotilla de lanzamiento de bombas y disparó a nuestros
hombres con ametralladoras. El artillero de cola del explorador levantó sus
cañones gemelos e hizo fuego hasta que el japonés comenzó a arder. Eso se llama
hacer frente a la situación, ¿no?”.
Nota: era realmente el Saratoga , denominado
“portaaviones II” en los informes estadounidenses, para ocultar a los japoneses
su verdadera identidad y así confundir el número de portaaviones en posesión
norteamericana.
F4F Wildcat
Fue esa tarde
(20-02-42) cuando Edward (Butch) O'Hare, en combate épico, derribó a cinco
bombarderos japoneses. El comandante Thach cuenta así lo ocurrido:
“Seis de nosotros nos lanzamos al aire. Otros
seis cazas que acababan de ser relevados estaban casi sobre el Lexington cuando
avistamos a los primeros aviones japoneses. Yo me hallaba a 3.000 metros, y
ordené que volvieran a subir los seis aviones que iban a descender. O'Hare
estaba entonces en la cubierta del Lex.
El enemigo se componía de nueve aviones y se
encontraban a 12 millas de distancia, 3.600 metros. Eran aviones con base en
tierra muy veloces, hacían 480 km/h (informes más detallados indican que eran
“Bettis”) y eran casi idénticos a nuestros Martin B-26 del ejército.
En un combate realmente veloz (los japoneses
iban casi a 460 km/h y nuestros Wildcats apenas llegaban a los 500 km/h a esa
altura), los tenientes Noel Gayler, Walter Henry, Rolla Lemmon y los alféreces
Edgar Sellstrom y Dale Peterson, eligieron y destruyeron uno cada uno. Yo
también derribé uno. Cada vez que uno se incendiaba, dejaba caer sus bombas,
inofensivas, en el mar, porque aún estaban demasiado lejos del Lex.
Mientras combatíamos se informó de la
presencia de una segunda formación enemiga. Los seis que participamos en el
primer combate todavía teníamos combustible, pero el grupo que fue llamado en
el último momento tuvo que regresar a reabastecerse de carburante o caer al
mar.
Eso nos dejó muy divididos, y de cualquier
modo estábamos dispersos como consecuencia del combate. El nuevo grupo japonés,
otros nueve que volaban en tres V, llegaban a 60 millas del primero, lo cual
significaba que ninguno de nosotros podía divisarlos aún. Los seis, incluido
O'Hare, se abrieron para interceptarlos, siendo éste y su punto los que los
divisaron primero. Pero allí la suerte nos abandonó, pues el compañero de
O'Hare descubrió que sus armas no disparaban. Butch quedó solo allí. Los demás
nos dirigíamos hacia él, pero sabíamos que no podríamos llegar antes de que
llegasen al punto de lanzamiento. Al explicar el combate que siguió, O'Hare me
dijo: - Sabía que mi hombre de ala se había alejado, pero no había tiempo para
quedarse sentado esperando ayuda. Los otros llegaban a toda velocidad y era
preciso detenerlos. En la primera pasada disparé a dos de ellos, y tuve que
ascender para dejarlos caer.
Había disparado al motor de estribor de cada
aparato, y continué disparando, hasta que saltaron de sus anclajes. Eso hizo
que los dos aviones virasen a estribor y se desprendieran de la formación.
Después crucé hacia el otro lado de ésta y disparé al motor de babor de ese
avión y lo vi saltar. Me aparté un tanto mientras ese tercer aparato se
deslizaba con violencia y se alejaba, y volvía y disparé al último de la V del
medio, siempre disparando a los motores.
Otra vez ocurrió lo mismo. Parece que lo único
que hay que hacer es meter algunas balas de calibre 50 en los motores japoneses,
y se desprenden de los aviones.
Para entonces los japoneses, todavía en
formación, se hallaban sobre el punto de lanzamiento. Había que detenerlos de
cualquier manera: todavía quedaban cinco. Me acerqué, disparé al quinto hasta
que se alejó, y después disparé una ráfaga general a los cuatro restantes,
hasta que se me acabaron las municiones.
Todo eso sucedió -dice Thach- en menos de
cuatro minutos y en ese momento nosotros ya llegábamos a toda velocidad y pude
ver que O'Hare hacía sus pasadas en perfecta forma de vuelo, tal y como lo
habíamos practicado. Su puntería era excelente… absolutamente mortífera. En el
momento en que nos acercábamos, vi que tres aviones japoneses en llamas caían
entre la formación, al agua… no sé cómo sobrevivió O'Hare al fuego concentrado
de esa formación japonesa. Cada vez que entraba en ella, los cañones de todo el
grupo convergían sobre él. Vi las trazadoras que lo rodeaban, y nos pareció que
caería en cualquier momento. Imagínese a ese mosquito atacando, solo, a esa
formación.
En el momento en que O'Hare derribaba su
quinta máquina, ya estábamos cerca, y nos precipitamos al combate. Cobramos dos
más y averiamos a los dos restantes, que se alejaron perdiendo altura.
El fuego de O'Hare fue un verdadero éxito.
Calculamos que usó sólo 60 balas por cada uno de los aviones que derribó. Por
supuesto, esa es una puntería mortífera. Derribar cinco aviones con una carga
de municiones es algo que sólo un piloto de caza puede apreciar. No creo que
nunca se haya visto nada por el estilo en el aire.
Tras esa acción, el teniente Edward H. “Butch”
O'Hare fue condecorado con la medalla de Honor del Congreso y el ascenso al
rango de teniente comandante (un salto de dos categorías), por destruir cinco
bombarderos japoneses bimotores y dañar a otro. El teniente comandante Thach
fue condecorado con la Cruz de la Marina por la destrucción de un hidroavión de
patrulla Kawanishi, un bombardero bimotor y la colaboración en la destrucción
de un tercero.